EDITORIAL

Energía, desarrollo sostenible y tarifas

Luego de las elecciones de medio término de junio pasado, las tarifas energéticas fueron fuertemente incrementadas a raíz de los cambios introducidos a fines de 2008.  Las modificaciones en los precios del gas y la energía eléctrica, no tuvieron otra razón que el inevitable sinceramiento de variables que, con muy pocas alteraciones, fueron mantenidas con los valores vigentes al momento de la caída de la convertibilidad en enero de 2002.

El aumento de las tarifas, en teoría dirigidos únicamente a los sectores de alto consumo energético, corrigiendo así una de las injusticias puestas de manifiesto a lo largo de los últimos años, ha provocado un escándalo público y en los medios que ha terminado por anular el incremento y volver la situación a su status quo ante, al menos en el corto plazo.

El incidente del tarifazo, su justificación inicial en el trasfondo de verdad que se entrevera en la situación irritante de lo que constituía un claro subsidio de la sociedad en su conjunto a los sectores medios y altos de la sociedad, y por sobre todo a aquellos distritos del país que cuentan con infraestructura de distribución de gas y su posterior politización ante la indignación generalizada, ilustra como retrato de cuerpo entero, las contradicciones a que somos tan proclives los argentinos, cuando se trata de cuestiones estratégicas como la energía.

Veamos:

Las tarifas fueron congeladas, como respuesta de emergencia ante la caída de la convertibilidad, algo seguramente admitido como mal necesario por todo analista que se precie de su buena fe intelectual. Sin embargo, como remedio de emergencia, siempre debió ser una medida de transición, acotando las tensiones sociales de quienes se encontraban imposibilitados de solventar una disparada de los precios dolarizados de la energía, ante una devaluación impuesta por los hechos.

El congelamiento de las tarifas produjo distorsiones en los precios relativos, que terminaban beneficiando a sectores medios y altos, y a la industria, con precios de la energía sin ninguna proporción con los precios internacionales, ni con  el recupero de las inversiones necesarias para evitar que los argentinos “nos comiéramos el capital energético”. Mas aún, los bajos precios alentaron las conductas de derroche energético y militaron en contra de cualquier iniciativa hacia el ahorro, pese a los esfuerzos de programas como el PUREE, encarados desde la Secretaría de Energía, u otras iniciativas similares desde ONGs como Fundación Vida Silvestre.

Entretanto, la economía creció a tasas asiáticas, producto de coyunturas internacionales favorables, achicando la disponibilidad en materia de gas y electricidad. Cayó la exploración y la inversión en nuevo parque energético, hasta que la realidad se hizo evidente. El propio Estado comenzó a licitar nuevas obras para la generación, a su vez importando gas de países limítrofes o de proveedores más lejanos, a precios netamente internacionales.

La situación fue puesta de manifiesto en varias ocasiones por casi todo el espectro de especialistas, tal como surge del documento elaborado por un conjunto de ex funcionarios de la cartera energética hace unos meses.

Al final, crisis financiera global mediante, la situación de mantener subsidios energéticos generalizados, tal como veníamos haciendo en los últimos años, se hizo insostenible. Vino el inevitable (y agregamos tardío) “sinceramiento”. De golpe y sin anestesia. Junto a una crisis internacional, con caída de la actividad y para colmo con un invierno crudo y sequía que acota el potencial del parque hidroeléctrico. Justo lo contrario de lo que se escribe en todos los manuales de economía neo-keynesiano, que sugieren hacer los ajustes en época de bonanza y subsidiar en tiempos de crisis. Volvemos a repetir, en el sector energético, las decisiones de ajustar en recesión, tan criticadas a la gestión económica de José Luís Machinea y que quizás hayan contribuido a la implosión de la convertibilidad y la debacle de 2001, cuyas consecuencias aún permanecen con nosotros. 

El escándalo en los medios, junto a la indignación de los sufridos ciudadanos y, porque no decirlo, el oportunismo de todo el arco opositor político, se unieron para volver todo a fojas cero. Los últimos trascendidos indican que se estudia dejar de lado las iniciativas de uso racional de la energía, una vez más sacrificadas en el altar del populismo corto placista.

Mientras tanto ¿Qué pasará con la Política de Energía en serio, con mayúsculas? Se siguen licitando instalaciones nuevas, inclusive con enfoque hacia las energías renovables, lo cual es loable y necesario. Sin embargo, la dirigencia política, social y económica se debe un debate a fondo y con sinceridad respecto de la energía, su diversificación, sus precios y financiamiento, teniendo en cuenta todas las variables, desde las sociales, contemplando la equidad, hasta las ambientales, incluyendo las implicancias del cambio climático y sus probables efectos para nuestra economía. ¿Porque no darlo ahora, a menos de un año del bicentenario, dando así pruebas de madurez y demostrando estar a la altura de las circunstancias y sus responsabilidades históricas?

Reiteramos nuestra invitación a hacernos llegar sus comentarios y aportes, enviándonos un correo electrónico a info@estudiowalsh.com.ar

Cordiales saludos


Juan Rodrigo Walsh


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