EDITORIAL


Tartagal ¿desmonte, cambio climático o imprevisión?

Las escenas desgarradoras del alud en Tartagal, Salta, nos traen los recuerdos frescos de eventos muy similares hace no más de un par de años, en circunstancias semejantes: En aquel entonces, la inundación causó dolor y pérdidas materiales, mientras que esta vez se perdieron vidas, además de hogares y medios de vida.

La tragedia de Tartagal también volvió a ser el disparador de ese eterno ejercicio nacional de buscar culpables ante los hechos consumados. Las acusaciones iban y venían, casi todos los medios buscaban culpables, sea en la avaricia empresaria por desmontar bosque virgen, sea en la incompetencia o desidia del sector público en otorgar permisos en forma desaprensiva. Una lectura somera de los principales diarios nacionales en los días posteriores al alud, daban cuenta de notas, entrevistas y comentarios siguiendo este tono general de corte conspirativo, en procura de un culpable fácilmente identificable para la opinión pública.

Nadie niega la existencia de los desmontes en gran parte del NOA, y de la Provincia de Salta. Menos aún desde esta columna en la cual hemos planteado la importancia vital de un ordenamiento territorial de los ecosistemas naturales, en aras de asegurar su protección en forma integral, armonizando la actividad productiva con las necesidades de conservación.

Sin embargo, el Ing. Adámoli, reconocido ecólogo e investigador de la UBA, nos señaló una evidencia fáctica inquietante que pareciera desmentir las acusaciones efectuadas por gran parte de la opinión pública y la intuición popular respecto de las causas del alud en Tartagal.  Reparemos en ello. Un análisis simple de las fotografías satelitales de la región contradicen la apreciación dominante: Casi todos los desmontes y apertura de bosques a la agricultura son aguas debajo de Tartagal.  ¿Puede atribuirse el alud y la inundación a estos desmontes en la baja cuenca, o hay otros factores quizás más complejos en el fenómeno?

El cambio climático y la mayor agudización de los fenómenos meteorológicos es una realidad palpable en casi todo el mundo, desde Katrina en Nueva Orleans, a las inundaciones en Bangladesh, pasando por la sequía en la Pampa Húmeda o las olas de calor en Europa Occidental.

Producto de este fenómeno, las precipitaciones tienden a ser más intensas y localizadas, los extremos de temperatura, más pronunciados y las tormentas más destructivas. Mas que producto de la maldad y egoísmo de unos pocos, plasmado a través de desmontes incontrolados, ¿No será el fenómeno de Tartagal una prueba tangible de lo que puede traer aparejado el cambio climático, máxime cuando no existe una real internalización respecto de sus implicancias en las políticas de planificación territorial, uso racional del suelo y preparación civil para este tipo de eventos?

¿No será el momento de empezar a incorporar a los escenarios de defensa civil y preparación para contingencias, la variable del cambio climático? No caben dudas de que el desmonte es un gran problema que enfrenta nuestro país y debe ser enfrentado, cuanto antes y mejor, mejor. Con todo el rigor de la ley, en su caso. Sin embargo, cargar las responsabilidades de todo desastre natural que ocurre en el país al desmonte, parece ser una exageración que, amén de ignorar algunas evidencias fácticas difíciles de soslayar, oculta quizás una mirada mas bien critica al sistema de prevención de desastres naturales en su conjunto, y en especial la necesidad de empezar a pensar en el largo plazo, como país solidario, respecto de lo que puede implicar un cambio en los patrones climáticos para los próximos años.

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Juan Rodrigo Walsh

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