EDITORIAL


El Medio Ambiente y la Crisis Financiera Global: ¿Será en serio la conversión masiva que tuvo la opinión pública al desarrollo sustentable en los últimos años?

Unos meses atrás, la publicación oficial de la Agencia de Protección Ambiental del Reino Unido (Your Environment) reflexionaba sobre la conversión casi universal de la opinión pública, representantes empresarios, intelectuales y amplios segmentos del pensamiento político a los valores de lo que podríamos denominar en sentido genérico un “ambientalismo de centro”. En este esquema, a partir de la Cumbre del G8 en Gleneagles en 2005, el cambio climático pasó a ser una preocupación central de los analistas de mercado, economistas y decisores empresarios reunidos en Davos, en lugar de ser un ámbito temático reservado a las ONGs e intelectuales progresistas de años anteriores. La película “Una Verdad Inconveniente” protagonizada por Al Gore, se convirtió de un momento a otro en la expresión de un reclamo colectivo ético y ecológico, indignado por el destrato proferido a la Tierra por el capitalismo salvaje y la miopía de los intereses económicos.

La citada nota daba en lo cierto en cuanto al lugar de relevancia que había logrado en la agenda pública la “cuestión ambiental”, gracias a los esfuerzos y el trabajo de un amplio sector de organizaciones de la sociedad civil, académicos, profesionales y ciudadanos concernidos por el bienestar común. Para quienes venimos hace tiempo ligado a las cuestiones ambientales, se vivía toda la sensación y satisfacción de una aparente reivindicación de las banderas enarboladas a lo largo de años durante los cuales lo ambiental era percibido como superfluo o frívolo.

A la luz de la crisis financiera en la cual nos encontramos todos, concientes o no, involucrados, la nota periodística cobra un valor premonitorio e inquietante. Indudablemente, la incorporación de las preocupaciones por el ambiente a la agenda de las políticas públicas, en tiempos de crecimiento económico, fue un logro importante. Nos preguntamos sin embargo, ¿Cual es hoy la profundidad de esa conversión a los valores del desarrollo sustentable? ¿Es lo mismo predicar sobre los méritos de la producción limpia en tiempos de crecimiento anual del PBI al 9%, donde inclusive las inversiones en la reconversión industrial, son rentables, que en tiempos de recesión donde cada moneda cobra relevancia?

Es harto probable, pesimista o realista, según sea la mirada, que muchos programas de incentivos, por ejemplo, a las energías renovables, sufran fuertes presiones para su aplazamiento, en base a la retracción económica. ¿Podrá sostenerse, por ejemplo, el programa de incorporación de biocombustibles a la matriz energética europea, de cara a una crisis financiera como la que nos envuelve actualmente? Más aún, ¿Podrá sostenerse el frenesí intelectual por los biocombustibles en la Union Europea y los EE.UU. con un precio del crudo en franca tendencia a la baja? ¿Cómo se reconcilia el costo fiscal del salvataje financiero norteamericano, indudablemente necesario ante la emergencia, con los costosos programas de incentivos al bioetanol introducidos en la Energy Act y Farm Act del año pasado? ¿Cuál será el destino de las diversas Mesas Redondas e Iniciativas Participativas (RTRS, RSPO, RTSB) construidas con el fin de promover diálogos multisectoriales en diferentes actividades productivas e introducir buenas practicas ambientales, si el precio de los commodities agrícolas sigue con tendencia a la baja?

En nuestro medio, más allá de la trascendencia que se le dio a la política ambiental como cuestión de estado hace un par de años en la convocatoria de Entre Ríos, es mas que probable que se comiencen a escuchar voces cada vez mas asertivas en cuanto a la necesidad de poner la agenda ambiental en el congelador, al menos hasta que vengan tiempos mas benignos. Es probable que se escuchen con renovada fuerza los reclamos priorizando las fuertes de trabajo, por encima de la tutela del ambiente. ¡Las Fuentes de trabajo primero, después se verá lo de la contaminación! Quizás escuchemos proclamas como éstas con creciente insistencia en los próximos tiempos, poniendo a prueba las credenciales sustentables que tanto se han esgrimido en los últimos años de euforia verde.

Más allá de las dificultades de la coyuntura y las comprensibles actitudes instintivas en aras de “cuidar cada uno su quinta”, creemos que sería un grave paso en falso desandar el camino transitado en los últimos años. Las limitaciones ambientales al desarrollo económico existen y seguirán existiendo, con crisis financiera o sin ella. Colocar un compás de espera a los problemas ambientales prioritarios es un desperdicio de la oportunidad de prepararse como sociedad para competir en un mundo normal, una vez concluido el vendaval que nos envuelve. Una visión estratégica y de largo plazo de la coyuntura aconsejaría por el contrario profundizar las transformaciones con el fin de lograr un mejor posicionamiento global, utilizando la calidad ambiental como factor de competitividad verdaderamente diferenciadora, como lo ha hecho por ejemplo, Nueva Zelanda o Australia. Esta crisis pondrá a prueba los verdaderos conversos frente a quienes se han sumado a un carro triunfal, al amparo de una moda mediática.        

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Juan Rodrigo Walsh
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