EDITORIAL


Durante gran parte del mes pasado, los medios y la atención pública estuvieron concentrados en el fenómeno de los incendios de pastizales en el delta bonaerense y entrerriano. Las teorías conspirativas, a la orden del día en la cultura popular de nuestro país, se dispararon por doquier, contra todo tipo de responsables y por las razones más insólitas, en las que realmente no vale la pena profundizar. Así, en algunos casos los incendios fueron obra de propietarios de campos que querían atacar a la administración, en el marco de la protesta rural. En otros, los incendios fueron intencionales, con el fin de tapar, literalmente, con una "cortina de humo" problemas más acuciantes como la inflación o el persistente conflicto entre agro y gobierno por la política de retenciones a las exportaciones.

Los incendios nos dejan varias enseñanzas y reflexiones a quienes tenemos una vocación por la problemática ambiental. Veamos brevemente algunas de ellas:

En el orden político, el fenómeno pone de relieve una vez más lo poco preparados que estamos en nuestro país para afrontar acontecimientos o desastres, sean estos de origen natural o de origen antrópico. Tuvieron que pasar varios días, con periodistas interrogando a funcionarios y funcionarios a investigadores, para poder dilucidar las posibles causas del humo. Primero fueron los basurales del conurbano, después, las empresas contaminantes, hasta que al final se logró determinar el origen en la quema de pastizales. Todo este tiempo de ensayo y error, a pesar de la existencia de tecnología satelital que permite detectar, en tiempo real, la aparición de incendios y su avance, con el simple remedio de cruzar datos georeferenciados con el pronóstico meteorológico.

Hace más de una década que las alertas tempranas para incendios forestales fueron establecidas como política de prevención a partir de la entrada en vigencia del Plan Nacional de Manejo de Fuego y hace varios años que los incendios de campos son moneda corriente en la zona de Rosario. ¿Por qué llegamos siempre tarde a los acontecimientos y por qué nos cuesta tanto coordinar esfuerzos en nuestro sistema federal cuando ya teníamos antecedentes de estos fenómenos? Los incendios dispararon la consabida apertura de causas judiciales y puesta en marcha de un aparato inquisitorio que, más allá de su buena voluntad, está poco preparado para este tipo de investigaciones. ¿Por qué esa insistencia tan criolla en buscar culpables después de los hechos, en lugar de poner esfuerzos serios en la prevención? Sería más que interesante y aleccionador cerrar las noticias de ayer y, de aquí a un año por ejemplo, repasar cada una de las causas abiertas por incendios y estragos, para constatar efectivamente cuántas de ellas han sido concluidas y elevadas a juicio oral, y cuántas, una vez pasada la premura mediática de "hacer algo", descansarán en el entretiempo de la falta de mérito o el olvido.

Cabe recordar que los incendios de abril han costado unas cuantas vidas por accidentes viales perfectamente evitables. Más allá de las demandas judiciales interpuestas por las víctimas contra ¿El Estado Nacional? ¿Los concesionarios? ¿Los dueños de campos? ¿Las Provincias? ¿Los municipios?, invocando un cúmulo de pretensiones procesales, algunas civiles ordinarias, otras por daño ambiental, creemos que la judicialización es un sustituto pobre para una haz de problemas que requieren, con urgencia, respuestas de orden político. Argentina necesita políticas de estado en materia ambiental que prioricen la prevención y la acción temprana, por encima de la búsqueda de culpables y reparaciones ex post, que anteponga la coordinación entre jurisdicciones, antes que la búsqueda de culpables después de los hechos. Más aún, cuando se trata de situaciones que, como lo demuestra el caso de los incendios de pastizales, reflejan viejas prácticas producto de la desidia, imprevisión y desorganización del estado, se impone una planificación ambiental en serio y a largo plazo.

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Cordiales saludos,

Juan Rodrigo Walsh 


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